
De manera metafórica, la lluvia puede significar para nosotros como un “espacio” en donde se advierte la desigualdad social, la injusticia, la despreocupación, en el cual las personas son interpretadas como individuos sin mutua relación , sin voz y sin escucha: sin diálogo.
Sin embargo, esto puede llenarse de encanto. Y se encanta cuando la gente se empapa, descubre los problemas, los entiende y empieza a comprometerse, a luchar. Así, la lluvia, dotada en un primer momento de tristeza y contrariedades, se transforma en un espacio de sincera solidaridad, donde los rostros se humedecen, se llenan de alegría militante y comprenden.
En contraposición, negar a la lluvia, sólo por el hábito de negar, de decirle que no como le decimos a tantas cosas nos puede hacer olvidar lo que sucede y así estar desde lo más profundo en una sensación de falta, de incomprensión.
Por eso, el sincero acto de acompañar a esa lluvia, de saber que existe otro ser que está cerca y nos podemos acompañar es lo que nos motiva a caminar, a luchar.
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